Es inevitable, y recurrente, hacer comparaciones entre la deriva de los procesos independentistas de Escocia y Cataluña y la escaleta de una relación de pareja que se rompe. Pero es sorprendente lo calcado que viene resultando en los últimos días, en la previa del referéndum escocés. Y eso que, en un principio -sobre todo, comparado con el ejemplo España-Cataluña-, la actitud del gobierno británico era de nota. ‘Por supuesto que podéis hacer una consulta independentista’, fue lo primero que dijo David Cameron -lo que viene a ser el equivalente a ‘Por supuesto que puedes darte un tiempo para pensar, cari’-. Bien es verdad que lo segundo que dijo fue, aproximadamente: ‘Despídete de la libra’; y lo tercero: ‘Esos astilleros que tenéis en el díscolo Glasgow, por ejemplo, que se vayan despidiendo también de los buques de la Bristish Navy‘.
Aun así, era un postura mil veces más dialogante que la que se da por estos lares. Gráficamente, y nivel pareja, la situación entre los arrebatos de independencia de Cataluña y el empecinamiento del Gobierno español podría resumirse en: hay una parte de la pareja que parece sentirse, más o menos legítimamente, dolida, agraviada. En consecuencia, ese miembro de la pareja saca varias tarjetas amarillas en forma de pollos llorosos, sulfurados, tal vez histéricos. Lo mismo hubiera sido buena idea, en pro de la paz común, realizar algún gesto para calmar los ánimos -un tipo de gesto que probablemente se debiera haber dado hace tiempo, y que incluso no tendría ni porqué haber sido económico (aunque ese sea, en realidad, el meollo del asunto). Por ejemplo, si tanto amamos a nuestras autonomías históricas y hechos diferenciales y ya tal, ¿por qué no existe la posibilidad de escoger una lengua estatal, además del castellano a estudiar en la escuela pública?-. En el escenario doméstico Cataluña-España, mientras una de las partes llevaba tiempo amenazando con hacer las maletas, la otra parte apenas hacía más que resoplar y levantar la mirada, cansinamente, por encima de las páginas del suplemento dominical de turno. Daba igual que la parte agraviada llorara, gritara, diera la espalda o se asomara al balcón en tetas. Lo único que ha salido del Gobierno central, más allá del mutismo, son expresiones parecidas a: ‘No dices más que tonterías’ o ‘Estás exagerando’ -y lo mismo es verdad pero, como digo, algún gesto conciliador a tiempo, o alguna discusión constructiva, más allá de la negación, habría ahorrado muchos males-.
La actitud del gobierno británico habrá podido ser mucho mejor que la nuestra, pero tampoco ha resultado modélica. Ha habido sabotaje -‘¿Tú sabes la pensión que les va a quedar a los niños si nos separamos?’- y paternalismo: ‘Pero, ¿dónde vas a estar mejor que conmigo? ¿Adónde vas a ir tú?’.
El supuesto de la independencia de Escocia tiene cuestiones sangrantes, más allá de la Arcadia feliz, mezcla de petróleo y socialismo, que pintan sus defensores. Qué sucedería al perder el colchón de hierro de la libra es, por supuesto, una de ellas. El Banco de Escocia es de Lloyd´s (de la City). La Unión Europea no vería con buenos ojos, al menos durante un tiempo, admitir a un miembro ‘díscolo’. El petróleo del Mar del Norte no es eterno. Cuanto menos, en los comienzos, habría un escenario de incertidumbre monetaria y política que se alejaría mucho de esa imagen de promisión. A quien menos preocupa ese vertiginoso limbo es, por supuesto y como siempre, a la plutocracia de turno, que cuenta además con llevarse un buen pedazo del nuevo pastel.
Aun teniendo en cuenta todo esto, la campaña unionista Better Together se las ha arreglado para ir pifiándola con tesón admirable. De un cavernal 30%, la campaña a favor del sí cuenta por ahora (como todo el mundo sabe), con la mitad de intención de voto de la población escocesa. En parte, gracias a joyas como la siguiente:
El nerviosismo en Westminster ante lo que podría ser la desintegración real del Reino Unido ha ido alcanzando, consecuentemente, cotas dignas de un escenario de la última Oreo. Y, como ocurre en las relaciones, los momentos finales de la crisis se llenan de gestos -desde colgar la bandera de San Andrés en Downing St. a las promesas de mayor autonomía- que hubieran estado muy bien en cualquier otra época, pero que en el estado actual de cosas lo que hacen es enfurecer todavía más a la aún parte contratante. Nuevamente, en lenguaje de pareja: ‘Si tan poco te costaban estos detalles, copón, ¿por qué no los has hecho antes? Unas florecitas, un par de días juntos, un cariño, un poco de atención… ¿Ni ese pequeño esfuerzo merecía la pena?’.
Así, indignación y desesperación van subiendo a la par y aparecen las medidas delirantes, como recurrir a la madre de uno que, muy juiciosamente, argumenta:
‘A mí dejadme de vuestras cosas, que me tenéis ya loca del coño’.
Con las maletas del que se larga en el pasillo, la antaño parte dominante se derrumba. ‘No, cari, por favor, no te vayas: tes quiero. Tes quiero mucho’ : ‘Queremos que os quedéis’, ha repetido David Cameron en sus últimos mensajes a los escoceses. Un discurso de amor arrastrado que eclosiona en esta joya definitiva recogida por la BBC: ‘Podréis haber escuchado un montón de razones que yo llamo ‘razones de la cabeza’, en torno a si Escocia será mejor, más próspera, más segura, dentro o fuera del Reino Unido -declara-. Pero creo que también es importante atender a las razones del corazón: hay que pensar cuidadosamente en cómo nos sentimos respecto a este país (…) Yo, de hecho, me preocupo mucho más por mi país, este extraordinario Reino Unido que hemos construidos entre todos, de lo que me preocupo por mi partido. Por eso me rompería el corazón que esta familia de naciones se separa’,
Y ahí está Escocia, justo en el umbral de la puerta.