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Modelos de mujer

Si no os invitan al baile…

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Fuerza pa la semana (Bossa Nova, Shivaree)

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Las historias que debería haber contado y que han contado otros por mí (y yo tan feliz, I)

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Hedy Lamarr, por Iván del Rïo

Pues en este largo barbecho virtual que me he impuesto -y que he rellenado con mi absoluta adicción a Pinterest, el símil más absoluto de cuarto de psicópata que uno puede elaborar sin sucumbir al Diógenes- se han sucedido,  por supuesto,  distintas historias que han llamado mi atención. Algunas, las he despachado en los artículos del curro. Otras, en la máquina Twitter. Otras, en elaborados y obsesivos sueños que tienen como protagonistas a Soraya Saenz de Santamaría y una manada de pastores alemanes que siguen, solícitos, las ocurrencias de Jaume Balagueró. Y otras dando la brasa, por ondas o en sangre, a todo aquel que me diera dos segundos de escucha.

Por eso, sólo puedo agradecer el cariño con el que allegados diversos han tratado mis diversas y últimas perversiones. Entre ellos, el genial Iván, que se decidió a incluir a Hedy Lamarr en su magnífica Liga de las Mujeres Extraordinarias -imagen que le mango y adjunto-.  Y a Lejano y solo, que se animó a contar también en su blog, de manera inmejorable, la historia de mi última mujer modelo.

Hedy Lamarr (Hedwig Kiesler, en su partida de nacimiento) es esa actriz vampiresa que se metió a ingeniera y desarrolló las bases de la actual tecnología de telecomunicaciones. Una  historia que así, en bruto, es conocida por muchos. Pero lo impresionante llega cuando uno olfatea un poco más en su biografía y ve que deja al barón Munchausen en pañales.

Podemos empezar contando que Hedwig era una niña  bien de Viena que, recién llegada a la Universidad, decidió -como tantas- que no tenía bastante con la Ingeniería y que ella era un espíritu libre y salvaje, artista y protagonista, modernilla de los tiempos. Para demostrarlo, decidió -¡oh, cielos!- salir en una película. Y para demostrarlo más todavía, decidió salir en bolas. Hedy corría y nadaba en Éxtasis en pelota picada, convirtiéndose así en la primera mujer en salir completamente desnuda en una cinta de carácter comercial.

Como declaración de principios, lo dejó bastante claro.

Para tapar la afrenta, su familia no tardó en casarla con un magnate de la época, que se dedicó a destruir con celo todas las copias que pudo encontrar de la película. Con el mismo celo, por cierto, se guardaba de su compañía en exclusiva y le prohibía bañarse si no era delante de él. Friedrich Mandl mantuvo a su mujer en un régimen de semi-enclaustramiento. No tenía inconveniente, eso sí, en enseñarla al mundo exterior durante las enjundiosas cenas que se organizaban en su casa para la cúpula nazi (Mandl suministró armamento al Ejército de Mussolini  durante la ocupación de Abisinia). En esas cenas, Hedwig, la tontina y frívola mujer del buen Friedrich, ja, fingía aburrirse muchísimo pero, en realidad, no perdía comba. Y debió aburrirse de verdad, y muchísimo, en sus eternos encierros -que empleaba en seguir con lo de la Ingeniería-, si nos guiamos por sus resultados posteriores.

La tontina Hedwig/Hedy consiguió al fin escapar de su ogro: para ello (ja!) sedujo a la asistenta, «la narcotizó y usó su ropa como disfraz». Sin embargo, y aunque seguida de cerca por los guardaespaldas del marido, pudo llegar a territorio aliado, pasando de París a Londres y, de allí, a Estados Unidos. ¿Cómo lo consiguió? Pues cantando con memoria digna de una Lisbeth Salander todos los pequeños detalles y minucias de las que Hitler y Mussolini habían alardeado en las reuniones de su pichacórtico esposo.

Durante los años 40, Hedwig ya sería Hedy Lamarr y pasaría a la historia del cine como una de las más famosas vamp de la época -suyo es el rostro de la Dalilah más conocida-, aunque tuvo el mal instinto de rechazar los papeles protagonistas de Casablanca y Luz que agoniza. Sin embargo, durante esos mismos años parece que su principal empeño era otro: vengarse del nazismo. Cito de la wiki:  «Hedy sabía que los gobiernos se resistían a la fabricación de un misil  teledirigido por miedo a que las señales de control fueran fácilmente interceptadas o interferidas por el enemigo, inutilizando el invento o incluso volviéndolo en su contra».  Junto al compositor George Antheil, y bajo el nombre de H.K Markey (Hedwig Kiesler Markey, su apellido de casada en esa época), registró bajo la patente 2.292.387 un sistema de comunicaciones que suponía una versión temprana del salto en frecuencia (modulación de señales en espectro expandido).

Hedy Lamarr, con uno de sus hijos

El primer uso de esta tecnología, imposible de interceptar, tuvo lugar durante la crisis de los misiles de Cuba y, más tarde, durante la Guerra de Vietnam. Afortunadamente, el invento de Lamarr encontraría después aplicaciones menos terribles: es la urdimbre que permitió la creación de sistemas como la tecnología wireless o el GPS.

Tras una década en el cine, Hedy se retiraría felizmente, tendría cinco maridos más y varios hijos y moriría en el cambio de milenio.

No deja de ser jocosamente irónico que Éxtasis, la película que su ex filonazi  trató de esconder a toda costa, pueda ahora verse en las habitaciones de medio mundo gracias a una tecnología desarrollada en gran parte por el ingenio de la sin par Hedy -aunque no gracias a las maquetas de wordpress, que se zampan el embed-.

Allá abajo, en sus distintas parcelitas, Friedrich se retuerce y Hedy… se descojona. Fuerte. Muy, muy fuerte.

Cashmere Mafia

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Se acerca esa época del año otra vez, así que en su web de recetas le han endosado una escoba y un sombrero de bruja. «No se por qué insisten en vestirme de bruja -reflexiona, como casualmente-. Si el disfraz no se diferencia tanto de lo que tengo en el  armario. Jejejeje. Lo mismo debería meditar sobre ello».

La que habla es, por supuesto, Nigella Lawson. Aka La Reina Blanca. Aka la Diosa Doméstica. Aka la Reina de la Porno Comida. Aka la inspiradora de Tim Burton: «Simplemente, la ves cocinando y te das cuenta de que… está loca», afirmaba sin empacho tan ortodoxo prohombre, explicando por qué semejante mujer le había servido de inspiración para la Reina Blanca de su versión de Alicia.

Y es cierto. Observada todo lo cerca que permite verla de lejos, bien encerrada en la pantalla de la tele o en el disco duro del ordenador, Nigella Lawson da cierto miedito. Es morena, guapa, tiene enormes tetas, un pedazo de la fortuna de Saatchi (sí, el de Saatchi&Saatchi) y un emporio basado en sus recetas de cocina.

Verla ejercer ante las cámaras  es todo un delirio. Nigella hunde sus uñas de manicura francesa en la masa para brioche. Rubrica sus recetas con los labios pringados de nata o un gruñidito (‘Uh, perfect!’) mientras pone los ojos en blanco. Se enfunda su ¿130? de pechera en estrechos jerseys de cachemira que evocan, inconfundiblemente, a la accidentada Mónica de Friends tras su paso por el restaurante temático. Es, repito, inasumible. Busquen los vídeos.

Nigella  dio su saltó a la fama  hará unos doce años. Anteriormente, había trabajado como periodista en distintos medios británicos -entre ellos, Talk Radio (cito de la wiki), de donde la despidieron por admitir en público que habían hecho las compras de casa por ella, lo que chocaba con el «toque cercano» que pretendía transmitir la cadena. Entre colaboración y colaboración, Nigella escribió un par de recetarios que tuvieron gran éxito y no tardó en dar el salto a televisión, con unos programas que se grababan desde la  cocina de su casa. Durante el rodaje de Nigella Bites, su  marido, John Diamond, enfermó de cáncer. El hecho de que los programas se grabaran en la cocina de su casa y que el hombre apareciera por ahí de vez en cuando,  le dio el toque de morbo necesario.

Dos semanas después del fallecimiento de Diamond, Nigella estaba de vuelta en su cocina -los ingleses no deben conocer la expresión «el muerto al hoyo y el vivo al bollo» porque, si no, tenían tema de sobra para hacer sangre-.

Para abono de malpensados y azote de corazones cándidos, nueve meses después de la desgracia, la sin par Nigella -que afirma no creer «mucho en los duelos»-  estaba ya más que repuesta y removiendo el caldero, digo cazuela, en la cocina de Charles Saatchi.

Huelga decir que Nigella vive, evidentemente, en una galaxia muy, muy lejana a la nuestra. Hace declaraciones que suenan a ciencia-ficción: «Con mis consejos, nunca te despertarás de madrugada agobiada por los preparativos de una cena», afirma, convencida de estar dando solución a nuestros dilemas más profundos. Cuando retorna al hogar tras algún encuentro glamouroso, en vez de abrir la nevera para pegarle bocados al  fuet, ella se hace un pudín de caramelo de 45.000 calorías.

Y se lo zampa, por supuesto. Todo se lo zampa.

(Envuelta por la polémica a la vez que por su marta cibelina, Nigella no dudó en declarar que le encantaba llevar pieles y que lo que realmente le gustaría sería poder matar un oso y ponerse luego su abrigo. Yo no dudo de que lo haría. En lo más mínimo. Y estoy segura de que,  además, se zampaba luego al plantígrado).

Mientras que el común de los mortales recuerda a sus pobres madres pintándose en el ascensor cuando iban de visita a casa de una tía abuela que olía a alcanfor, Nigella rememora a su progenitora acudiendo a fiestas de Navidad  ataviada con «sus botas de ante blancas, mini vestidos de angora y pestañas postizas -incluso postizos de pelo- y los labios pintados en algún color claro y brillante, con nombres como Moist Madder Pink. Si me concentrara, creo aún podría  oler el perfume de sus polvos mezclados con el aroma de L´Heure Bleue de Guerlain’.

Lo dicho: vive una galaxia pero en la otra punta de este universo que explosiona.

Como habrán visto con la anécdota del oso, Nigella es grande. Realmente grande: única en el difícil arte de hacer de su debilidad, virtud. Si las malhadadas lenguas no tardaron en bautizarla como ‘la reina del food-porn’ ella no tardó en reiventarse como una ‘diosa doméstica’ -de hecho, es así como se refiere a sí misma y a sus acólitas-. Y si a las diosas les fallan las charming arts, y no hay chutney de mango, ponche invernal o ensalada de menta que remedie el mal rollo familiar, Nigella no duda en dar consejos de un pragmatismo dramático. ¿Quiere tener las Navidades en paz, con nuestros más queridos allegados quietecitos y sin quejarse en sus respectivas sillas?  Muy sencillo: ponga a un pobre a su mesa. O a un extraño. Con un invitado en el salón, la panda de vikingos que constituye todo núcleo familiar  se lo pensará dos veces antes de comportarse de manera insufrible –oh, it´s unbearable!-.

Sí, los tiene bien plantados. Hay que ser valiente para tener las agallas de lucir estos guantes preparando un pavo para Navidad.

(Minuto 2.26.)

Si las tierras del guiri en uno y otro lado del charco fueran reinos rivales, está claro que Nigella sería la Reina Blanca y Martha Stewart ejercería de Reina de Corazones. Martha es exagerada y delirante. Donde la inglesa aporta lascivia, Martha enchufa risas enlatadas. Y también es una crack. Las agallas que hay que tener para enfrentarse a un relleno de pavo en directo sólo las supera la desvergüenza de estar dispuesto a vestirse de mamarracho Halloween tras Halloween, con alegría y alborozo -por Dios, ¡que la pobre señora tiene setenta años! ¿Es que los productores no tienen corazón?-.

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Desatada cual Reina de Corazones, la Stewart resulta de una omnipotencia sobrecogedora: a su llamada acuden tanto Rufus Wainwright como Michelle Obama . Y quien crea que su delirio e histrionismo no tienen el  peso suficiente como para hacerle ostentar la corona de la Reina de Corazones, que le eche un vistazo a este vídeo -además de leer nuestros anteriores informes, aquí y aquí-.

O este otro.

¿Qué, inspiradoras, eh?

No sé con cuál de las dos quedarme: ambas hacen magníficos disfraces.

Esa lengua

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En ocasiones, leo el TLS. Es triste comprobar cómo, tras tan edificantes e intelectuales incursiones, lo único que retiene mi cerebro son detalles como estos.

Rodaje de Mogambo. John Ford, sofocado -imaginamos- por la cercanía de Ava Gardner no pudo aguantar preguntarle un día cómo era posible que una mujer tan bestialmente hermosa como ella pudiera estar con un tipo como Frank Sinatra «que no pesaba ni sesenta kilos». Ante semejante increpación, Ava Gardner -maestra arpía- suspiró profundamente y le dijo: «¿Sabes, John? Tienes razón. Frank pesa muy poco. En realidad, sólo pesa diez kilos: el resto es polla».

Es la misma mente que, años después, al enterarse de que el dilecto Frank se había liado con la escuchimizada de Mia Farrow, fingió un gesto de cansancio y escupió esta joya del despecho: «Siempre supe que Frank acabaría con un hombre».

The Kills-Good Ones

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Superioridad moral perrofláutica

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(Extracto de Alba Cromm, de Vicente Luis Mora)

«Creo que fue por lo del agua. Yo comenté que estaba intentado ahorrar agua, por lo de la sequía, y que por eso iba a dejar que se me secaran las plantas en la terraza (en realidad, ya estaban secas, después de un par de días sin regarlas). Juan comentó, de modo sarcástico, que me había vuelto muy ecologista de pronto, aunque eso costase la vida de unas plantas (…) Se hizo el ofendidísimo, reprochándome que hay cientos de cosas sobre el agua y los vegetales que yo ignoraba y que quién era yo, una corrompida defensora de un sistema que tiene como propósito final destruir el planeta, para darle a él, el último mohicano de lo silvestre, lecciones de ecología.

Supongo que lo que le machacó fue mi tranquilidad, más que mi retórica, pero aún así, la recuerdo: si tú, Juan,  eres tan defensor del planeta, por qué tienes una motocicleta, con lo que contamina. Si la tienes para ir al trabajo, por qué ir a un trabajo alienante, por el que te pagan, cayendo por ello en la trampa capitalista de la fuerza de trabajo y la explotación de la demanda; por qué no te vas al campo (sin mi hermana, por favor, merece mejor vida), a vivir entre margaritas, alimentándote de cardos; por qué no dejas de poner copas en tu bar anarquista para ganarte unos duros, si esos duros están corrompidos por el sistema, al constituir una plusvalía; por qué hablaste a mi hermana de buscar un piso más cerca de tu trabajo, y no alquilado, sino comprado; por qué sostener así al más corrupto y capitalista sistema  de los establecidos, el inmobiliario; por qué generar otra plusvalía que habrá de cobrar un rico; por qué, querido Juan, no entiendes que nunca, nadie, es lo suficientemente rojo, lo suficientemente ecologista; por qué tienes que darnos continuas lecciones de moral cuando no tienes siquiera una pobre condena por daños, si no tienes cojones de ponerte delante de un cordón policial, si jamás te has amarrado a una vía de tren para impedir el paso de residuos, si jamás has naufragado en una lancha de Greenpeace, si cualquier antiglobalización de Porto Alegre te hace parecer un niño pijo, si nunca has pasado una noche en el cuartelillo por encadenarte a una central nuclear, si mucha chicha y poca limoná, si eres, en el fondo, como todos, un pequeñoburgués que adora la comodidad y pasar los domingos viendo películas; si eres, como todos, un poco rojo y un poco facha; si eres, como todos, alguien que intenta vivir asumiendo sus contradicciones. Por qué nos das lecciones, Juan, si eres, en fin, como nosotros.

Creo que después ha dicho algo. No me acuerdo».

Kraken contra Kaken I

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A Irlanda la dividen, desde antiguo, en cuatro regiones principales: UIster, Munster, Leinster y Connaught.

En algún lugar leí que los reyes de Irlanda, sin embargo, no eran cuatro sino cinco: había un quinto rey que gobernaba sobre el mar, sobre el océano y sus islas. Un reino nada desdeñable durante siglos. Del mar se sacaba sustento. A veces, mucho sustento. Hay islitas diminutas en Irlanda, pecas sobre el mar –sólo en la bahía de Clew se contabilizan 117-.Y está también la isla de Achill, inmensa, casi pegada a tierra. Y las islas de Arán. Y las Skelling. Y las Blasket. Y Clare Island. Y Rathlin Island.

El padre de nuestra arpía ostentaba semejante título. Su clan, el de los O´Malley, se jactaba de vivir con un pie en el patatal y otro sobre cubierta -el lema de su escudo de armas reza: Terra Marique Potens-. Controlaban el territorio costero del condado de Mayo y las islas exteriores. Gravaban a todos aquellos que faenaban en las costas irlandesas y ofrecían, incluso, un sistema de guía y protección a aquellos que se aventuraban por las indómitas aguas del norte –las mismas que se tragaron a la Invencible- que guardaba sospechoso parecido a las actuales técnicas de protección de la mafia calabresa. Y comerciaban, además, con España y Portugal: una actividad rentabilísima, pero ilegal según la ley inglesa.

Cuando Grace nació, en 1530, reinaba Enrique VIII y su padre, Owen O´Malley, se había hecho con el control del clan. Se cuenta que adquirió su mote, `Grainne Mhaold’ –La Calva – cuando, ante la negativa de su progenitor a acompañarlo en alguna travesía, y en un gesto repetido por las heroínas románticas de todos los tiempos, Grace se cortó la melena, dispuesta a parecer un chico. Por esa época, también se dice, cometió su primer asesinato: saltando por detrás de un soldado inglés que iba a atacar a Owen.

Resulta romántico pensar en una hermosa reina pirata a lo Geena Davis, de cabellos rojos al viento y mirada rugiente. El sentido común impulsa más bien a imaginar a Grace como una machorra: no sólo gobernaba sus propios barcos y era ducha en las artes marítimas –barcos del XVI, mar de Irlanda, nada que ver con un yate sofisticado en una cala mallorquina- sino que resultaba imbatible en la lucha cuerpo a cuerpo. A la muerte de su padre, se impuso a sus hermanos y a sus parientes masculinos. Y me da la sensación de que no serían precisamente una panda de alfeñiques debilitados por ataques de asma.

A los 16 años, Granuaile, la Calva, se convirtió en la esposa de Donal an Chogaidh O´Flaherty –conocido, en su casa y más allá, como Donald de las Batallas-. Un matrimonio de carácter político convenido por ambas familias. De esa unión nacerían tres hijos: Owen, famoso por su afabilidad y buen talante, sería asesinado a los treinta años por los hombres de Richard Bingham –archienemigo de Granuaile-.
Su única hija, Margaret -a veces llamada Maeve- fue fuente de constantes frustraciones para su madre, que la consideraba ‘demasiado femenina’. Margaret se casó y tuvo muchos niños. Esposo y suegra tendrían tan buena relación que, en una ocasión, éste llegó a salvarla de la condena a muerte.
El tercer hijo, Murrough, se convirtió en la joya de la familia. Tenía el carácter belicoso del padre y ostenta el gran mérito de haber pasado a la historia, ya desde esa época, como un misógino de cuidado. Consideraba a las mujeres criaturas inferiores. A su madre, la ignoraba. A su hermana, la tenía molida a palos. Hay fuentes que afirman que llegó a traicionar a su familia y se unió los ingleses tras la muerte de Owen.
Además de tener niños, durante esos años Granuaile se dedicaría a hacerse con su propia comandita y a liderar sus propias expediciones.
En una de estas razzias, Donal, su esposo, se hizo con el Castillo del Gallo, un fuerte perteneciente al clan Joyce. Sus legítimos propietarios, por supuesto, intentaron recuperarlo. Pero Grace lo defendió de tal manera que terminaron asumiendo que era imposible recuperar la plaza. A partir de entonces, el lugar pasó a llamarse Castillo de la Gallina.

Un par de años más tarde, serían los ingleses quienes intentarían el asalto. Como respuesta, Grace fundió el plomo del tejado y lo arrojó sobre los atacantes.

A la muerte de su esposo, Grainne decidió regresar con su familia.
Y, con ella, se llevó a su miríada de seguidores.
Su padre le había cedido el castillo de Clare Island , posesión que la convertía en líder indiscutible de la familia. Con Clare Island como punto fuerte, ella y sus hombres pudieron continuar a sus anchas con sus ‘negocios’. El castillo de Claire disfrutaba de una situación perfecta para el avistamiento de barcos. Una vez interceptada la nave, Granuaile se dedicaba a jugar con ella al truco o trato. O, dicho de otra forma, practicaba la extorsión pirata: ‘O me das una parte de lo que llevas, o mis 200 fornidos y desesperados hombres y yo lo cogemos todo. Y créeme, tú no quieres que yo lo coja todo’.

(Semejante práctica era, al cabo, la que había hecho ricos a inocentes criaturas como sir Walter Raleigh y sir Francis Drake)

En 1566, O´Malley se casaría de nuevo con Richard-an-Iarainn Burke. Y se ve que la mujer jamás había oído hablar de la ley de la compensación, porque le gustaban guerreros: el mote de este hombre era ‘Richard de Hierro’ ya que, al parecer, siempre llevaba puesta una cota de mallas. Richard Burke era dueño del castillo de Rockfleet, cerca de Newport y tenía su propia cuadrilla de desesperados.

Según la tradición, su matrimonio se celebró bajo la ley celta. Una modalidad que obligaba a la pareja a permanecer junta por un año y un día y, si la unión no funcionaba en ese tiempo, el matrimonio podía disolverse. Se dice que transcurrido el periodo de prueba, O´Malley devolvió a Ricardo de Hierro a la tienda y se quedó con el castillo, el chalet y el coche. Pero lo cierto es que ambos vivieron juntos durante mucho tiempo, hasta la muerte de él.

Rockfleet siguió perteneciendo al clan O´Malley durante siglos y hoy en día está abierto al público. Tuvieron un hijo, Tibbon Burke, llamado Tiobóid Na Long (Tibbon el de los Barcos), que llegaría a ser vizconde de Mayo. De este parto es del que se cuenta una de las anécdotas más famosas de Grainne. Al parecer, la mujer dio a luz durante uno de sus viajes ‘comerciales’ a España. Estaba recién parida, con el niño prendido en el pecho, cuando el barco fue atacado por unos piratas turcos. Ante la posibilidad cierta de que su tripulación –y ella misma, y su descendencia- terminará convirtiéndose en merienda de negros, Grainne se levantó, farfullando algo que sonaría parecido a ‘Ghe- caihmalon-O- doahnahir’ –si quieres algo bien hecho, hazlo tú mismo- y se unió a la defensa del barco. Al verla sobre cubierta, cabreada y andando zamba, los hombres se acojonaron, sacaron fuerzas de flaqueza y se merendaron ellos a los moros.

Otra de las famosas leyendas achacadas a la pirata tuvo lugar en Howth Castle, en 1576. Animada por un ataque de gorronería, durante un viaje a Dublín, O´Malley trató de realizar una visita al castillo. Al llegar, se le comunicó que la familia estaba cenando y las puertas del castillo, cerradas. Considerándolo una ofensa –era, en efecto, una grave ofensa, según la costumbre gaélica- raptó al hijo y heredero del duque. El tipo fue liberado bajo la promesa de que el castillo mantendría siempre las puertas abiertas para las visitas y que tendría dispuesto el servicio para un comensal más en todas las comidas –los actuales descendientes del barón, la familia Gaiford St. Lawrence, siguen cumpliendo hoy día el juramento-.

En 1583, Richard, su esposo, murió. Grainne marchó con sus hombres a Rockfleet Castle, propiedad de su marido, y se estableció allí a lamerse las heridas. Nadie osó molestarla.

Kraken contra Kraken II

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La indómita Cannaught y sus costas rabiosas habían ejercido de marco incomparable para el asimismo indómito carácter de Grainne. Aislada e impracticable –‘Cannaught o el infierno’ eran las opciones que daba Cronwell a los rebeldes irlandeses- la región tardó en asimilar el hecho imparable del aumento del poder inglés en todo el país. Pero, por supuesto, terminó experimentándolo.

En 1584, Richard Bingham, gobernador de Connemara, necesitaba desesperadamente un golpe de efecto para contrarrestar los continuos desórdenes en la región y ordenó arrestar a Grainne con el sano propósito de ahorcarla. Grainne ya había estado en prisión algo más de un año, condena de la que se libró jurando que nunca, pero nunca nunca, volvería a ganarse la vida con sus piraterías. Mintió, claro. Y si se salvó de la horca, fue sólo porque su yerno prometió atarla corto e intercambiarse por ella si volvía a las andadas.

Pero Dingham estaba determinado a ejercer un castigo ejemplar: confiscó la mayor parte de las propiedades de Grainne y destrozó a su familia. Ahorcó a 18 miembros del clan y su hijo mayor, Owen, fue asesinado.

Y el tiempo no le hizo olvidar su objetivo. Casi diez años después, el gobernador secuestró a los otros dos hijos de O´Malley, Tibbon y Murrouh, así como al hermanastro de Grainne, Donal-na-Piopa –Donald el Gaitas, para entendernos. Y teniendo en cuenta que el hombre apenas aparece en los anales familiares y la condición de su mote, no creemos que fuera precisamente una amenaza terrorista para la corona-. Cosa que sí eran, por cierto, sus dos vástagos. Y lo eran mogollón. Sus nombres salieron en los interrogatorios de hombres relacionados con los O´Neill y los O´Donnell, independentistas que habían llegado a ofrecer la corona de Irlanda Felipe II si los libraba de su opresor inglés.

Este hecho fue el que desencadenó el momento más comentado de la vida de Grace, el que unos ponen como muestra de su valía y otros como ejemplo de alta traición: su visita a la reina Isabel I. Con un hijo muerto, dos en la cárcel, su libertad de acción, castrada; sus bienes, confiscados; su ganado, repartido, y sus barcos, en puerto, O´Malley puso rumbo a Inglaterra para entrevistarse con la soberana.

Y aunque se trataba de un movimiento arriesgado -Grainne podría haber terminado directamente en la Torre de Londres- Isabel terminó recibiéndola. Ya ven: encuentro en la cumbre entre pelirrojas.

No es descabellado pensar que la reina de Inglaterra sintiera una viva curiosidad por saber cómo era esa mujer de la que había oído hablar durante tantos años y que le resultaba tan parecida a ella. Némesis perfecta. Ambas habían conseguido triunfar en un mundo y un ambiente que, en principio, no podía resultarles más hostil. Para ello, sin duda, habían tenido que olvidarse de sí mismas, habían tenido que mentir, estafar, traicionar, condenar, ensuciarse de sangre y arsénico. Habían tenido que mutar, en suma, en una especie de Alien el Octavo Pasajero para sobrevivir en la cumbre sin que nadie osara soplarles sobre la gorguera. O a sus espaldas.

Pero cada una de ellas representaba, a la vez, una cultura y un mundo totalmente inasibles para la otra. A pesar de que la soberana inglesa afirmara tener ‘el corazón y el estómago de un rey’ nunca había comandado personalmente a sus hombres, como sí hizo Grainne, la ‘Dama de los Mares’. Isabel gobernaba desde la comodidad y la protección de sus palacios, rodeada de leales consejeros. Granuaile lideraba y gobernaba sola en mar y tierra. Mientras que la primera pasaría a la historia como la Reina Virgen –aunque no lo sería tanto-, Grainne tuvo dos maridos y, según consta, al menos un amante –un escandinavo que rescató de un naufragio y cuya muerte vengó de tal forma que se ganó otro sobrenombre, el de la Dama Oscura de Doona-. Isabel murió sin sucesores. Grainne, como sabemos, dio a luz a tres hijos y una hija.

En el imaginario colectivo, resulta evocador pensar en Isabel de Inglaterra, envuelta en majestad y perlas, frente a su homóloga irlandesa, brava y descalza. La imagen real, sin embargo, debió ser muy distinta. Ambas mujeres eran ya mayores: Elizabeth había cumplido sesenta años; Grace O´Malley debía rondar los sesenta y tres.

La edad les habría sacado su auténtica condición: la de monstruos levíticos. Allí estarían ambas, contemplándose en Greenwinch, rodeadas de espejos. Kraken frente kraken. La Isabel que no ha pasado a los retratos, con la nariz curvada y el pelo rojo ya gastado. Al reír, el rostro se le cuartearía, seco de polvos de arroz, mostrando una boca como una herida, de dientes ennegrecidos o ausentes.

Ese podría haber sido el aspecto de la monarca, pero Granuaile tampoco se quedaría muy atrás, con la piel y el cuerpo surcados por el viento y las batallas. Tal vez estuviera coja, o medio tuerta, o con la cara picada de viruela, con media dentadura fuera o cosida a cicatrices.

Quién sabe. Criaturas abisales.

Al parecer, el encuentro entre ambas se desarrolló en latín, ya que ni Grainne hablaba inglés ni la reina gaélico. Semejante negociación está trufada de anécdotas destinadas, especialmente, a elevar la defenestrada dignidad irlandesa. Se cuenta, por ejemplo, que Grainne estornudó y un miembro de la Corte le ofreció un pañuelo. Tras sonarse, la mujer lo tiró al fuego, aclarando que en Irlanda un pañuelo usado se consideraba basura y no se volvía a utilizar. O que Isabel se vio forzada a levantar la cabeza ante Grainne, porque era más alta.

Es cierto que Grace O´Malley no se inclinó ante la reina inglesa, a la que consideraba su igual. Y que Isabel debería sentir cierta simpatía por Grainne: en las misivas referentes a su caso, se refiere a ella utilizando su nombre en gaélico –no en inglés- y obtuvo el perdón de la soberana completamente gratis, cuando este tipo de favores solían pagarse.

La entrevista tuvo lugar con las dos mujeres rodeadas de guardias y miembros de la Corte y, a su término, se alcanzaron las siguientes conclusiones: Isabel I accedería a las peticiones de Granuaile –liberar a sus parientes y devolverle sus derechos y posesiones- si O´Malley dejaba de colaborar con los rebeldes irlandeses y de cometer actos de piratería contra la corona inglesa. O´Malley ofreció y obtuvo, además, patente de corso implícita. A cambio, Isabel se comprometía a destituir a su enemigo, Richard Dingham, como gobernador de Connemara -pero no sería la orden real, sino diversas intrigas políticas las que harían que Dingham diera con sus huesos en una cárcel inglesa-.

Que O´Malley terminara ejerciendo de corsaria para la corona inglesa ha sido visto por muchos, en perspectiva política, como una vergonzosa bajada de calzones. Sin embargo, en la época, Grainne fue considerada una heroína: en esos tiempos aún no existía el concepto de país, sino de clan. En las tierras celtas no se pensaba en global, se defendían los intereses del terruño –craso error intestinal que hizo que Escocia e Irlanda terminaran pasando a ser propiedades absolutas de los monarcas ingleses-. Y lo importante, para Grainne y los suyos, era acabar con su enemigo más próximo, Dingham.

Antes de ser anulado políticamente, Dingham sometió a Grainne y su flota a un seguimiento exhaustivo. Los barcos de O´Malley iban acompañados, donde quiera que fueran, por naves de la corona inglesa. Hubo un momento incluso, en el que los hombres de Grainne fueron forzados a tomar parte en varios asaltos ingleses: uno de ellos, contra uno de los nietos de la pirata, Richard Bourke. Esta cooperación involuntaria –que fue denunciada por Grainne a la corona inglesa- sería esgrimida más tarde como prueba de lealtad de Tibbon-ne-Longs hacia la corona británica. Sería Tibbon, ordenado vizconde de Mayo, quien terminaría asegurando la paz y el bienestar de su familia, moviéndose como una anguila entre las aguas turbias de la corte anglosajona –un ascenso que vendría a rubricar la decadencia del sistema tribal celta y el auge de la ley civil inglesa en Irlanda-.

O´Malley y la reina de Inglaterra murieron en el mismo año, en 1603. A Grace le dio tiempo de ver a sus amigos y aliados, los O´Neill y los O ´Donnell, derrotados por los ingleses. Y de contemplar el principio del fin del modo de vida gaélico.

Grace está enterrada en el que fue feudo de su familia, la isla de Clare. Probablemente, dada la importancia del apellido, sus restos descansen en el osario que hay cerca del altar de la abadía.
Clare sigue siendo un lugar muy hermoso.
Apenas un puñado de casas. La población de ovejas debe cuadruplicar a la humana.
Paz. Olas.
Horizonte infinito.
La siguiente tierra con la que chocaría la vista es Groenlandia.
Grainne tiene todo el océano ante sus ojos.

Cuatro bodas y un akelarre II

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A Lady Kyteler y sus amigos les tocó jugar, sin pretenderlo, un papel muy importante en la historia de la brujería. Durante la mayor parte de la Edad Media, las brujas y la brujería no eran problemas de peso para la Iglesia. Los líderes religiosos sostenían que las brujas no existían realmente, que las personas que creían practicar magia eran unos embusteros o estaban locos. Creencias supersticiosas, prácticas paganas y sospechosos ensalmos eran practicados por gran parte de la población, pero no se consideraban una amenaza para la fe establecida.

Las herejías, sin embargo, habían sido un problema serio para la integridad de Iglesia. Grupos heréticos como los Valdenses, que proclamaban una pobreza extrema o como los Cátaros, que creían en un sistema dualista entre el Bien y el Mal, cosecharon numerosos seguidores en la Edad Media. Para eliminarlos, las autoridades eclesiásticas emplearon a algunas órdenes religiosas, como los franciscanos o los dominicos. Pero también los atacaron mediante Cruzadas e Inquisición (de mediados del 1100 hasta el siglo XV). En el siglo XIV, los Valdenses habían sido reducidos a estratos marginales de la sociedad y los Cátaros, masacrados.

En el transcurso de estas persecuciones, el Cristianismo dominante habían condenado a los herejes por crímenes fantásticos e imposibles. De hecho, cualquier resistencia al poder político o social establecido, o cualquier divergencia de las normas sociales, podía ser considerado herejía y perseguido judicialmente. Cuando desaparecieron los herejes reales, sin embargo, la Iglesia encontró un nuevo chivo expiatorio: las brujas. El juicio de Alice Kyteler ilustra esta transición. Imaginen que Lady Kyteler fuera inocente. Que no practicara la brujería sino que, simplemente, guardara unas opiniones poco ortodoxas respecto a los dogmas de la Iglesia. Que no hubiera asesinado a sus maridos: al cabo, uno murió de viejo y otros dos, de cirrosis o de un empacho.
Alice Kyteler tenía muchos puntos a su favor para no reunir simpatías. Regentaba ella sola una posada y tenía –siendo mujer- mucho dinero, más riquezas que cualquiera, incluyendo en esos cualquiera a los prelados de la Iglesia. Para colmo, tanto ella como sus maridos se habían dedicado al préstamo financiero –o, como decían en la época, la usura-. Una actividad que nunca ha sido muy popular.

Desde esa posición de poder, cualquiera puede llegar a considerarse libre. Libre de hacer o decir lo que le plazca. De hablar anatemas ante quien creyera de confianza o de tener amantes, de vivir al margen de lo que la sociedad de la época estableciera.

Como decíamos al principio, Lady Kyteler puede haber sido una asesina en serie aficionada a las orgías o, simplemente, una mujer ambiciosa y soberbia que gustaba de coleccionar hombres y sacas de dinero en una época en la que ambas cosas estaban tan mal vistas como devorar niños.

Para colmo, en la historia subyace el conflicto existente entre poder secular y poder religioso. El rey de Inglaterra gobernaba Irlanda a través de oficiales del Estado pero los obispos controlaban ciertas zonas y ansiaban proteger y expandir sus propiedades y gobierno. En 1317, cuando el obispo Richard de Ledrede tomó posesión de la diócesis de Ossory, comenzó a tener dificultades con los locales. Los irlandeses lo rechazaban porque era un extranjero de origen inglés, que había pasado mucho tiempo en Francia. Ledrede se enemistó, además, con el senescal del rey, Arnold Le Poer. Es más que probable que, sin el apoyo del rey inglés ni el de gran parte de las clases poderosas, el prelado hubiera decidido eliminar a Le Poer a través de su amiga y aliada, Lady Alice Kyteler.

Como sabemos, Lady Kyteler desaparece en su huida a Inglaterra: no hay más documentos que vuelvan a citarla.

Sin embargo, Memorial insiste en que hay un final no narrado a todo esto: en un desarrollo de thriller, Lady Kyteler escapa a Inglaterra con el que sería su quinto y último marido. El hombre podría ser uno de sus principales uno de sus principales valedores ante la justicia y es su punto de vista el que iría narrando la historia. Nunca seguro de si su amada es o no una asesina, accederá a casarse con ella en un intento suicida y desesperado de convencerse de su inocencia. El final, ya se lo imaginan.