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La pequeña cerillera

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No puedo evitarlo, va más allá de mí misma. La felicidad última que para Holly Golightly se resumía en un escaparate de Tiffany´s, a mí se me representa en una casa trufada de adornos de Navidad. Cada uno tiene sus placeres culpables y el mío, qué le vamos a hacer, es ese. En cuanto el comercio abre la veda, me quedo contemplando los escaparates llenos de lucecitas y moñadas no tanto como la tierna criatura de Capote, sino como la pequeña cerillera, la pobre criatura a la que Andersen (ese hombre cruel) decidió matar de frío mientras espiaba por las ventanas la felicidad navideña de los demás (Hazte a un lado Ken Loach. Perdona).

En fin. Que esta vez estoy de buen humor y he decidido contemplar mis hallazgos con quien se acerque. Perdonen ustedes la moñez: a mí me hace feliz esta recopilación de lazos y campanitas. Lo mismo alguien se siente inspirado.

La tarta es de manzana y mora y las bebidas, un Jingle Juice Holiday Punch  y el otro, más fácil, una mezcla de cava, zumo de arándanos y frambuesas. La mayor parte de las ideas, de brostecopenhagen.com. Casitas similares en Zara Home.

 

Las bolas de Navidad, parecidas en Zara Home; haz de luces, en Casa; guirnalda dorada en Rockett & St. George. El pastel es panettone relleno de mermelada de naranja y la bebida es un Ginger & Prosseco Cocktail, que hacen mezclando ginger ale (1) y proseco (2) muy fríos. En la foto, han mojado y pasado el borde de la copa por una de azúcar granulado y jengibre en polvo y la han adornado con algodón de azúcar.

 

 

La mayor parte de las ideas, choriceadas de redonline.co.uk y housetohome.co.uk.

Las cosas que saltan en lo oscuro

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He comentado en alguna ocasión que desde tiempo me ha parecido muy sospechoso  el hecho de que un tipo al que no conocemos (de hecho, al que nadie conoce) se dedique a entrar en nuestras casas cumpliendo todos los agravantes de premeditación, nocturnidad y alevosía. De hecho, que se zampe los aperitivos que le dejamos es pecata minuta; perfectamente podía degollarnos, y nos estaría bien empleado, por incautos.

Mi nariz de arpía antropológicamente curiosa se arrugaba escéptica ante la escena. ¿Qué sentido tiene, o tendría en el inicio de los tiempos, una figura benéfica y propiciatoria en lo más crudo del crudo invierno, cuando todo se traduce a horror e infierno helado? ¿Desde cuándo las divinidades (ya sea descafeinadas; geniecillos, espíritus) se han dedicado a otorgar prebendas graciosamente, porque sí, porque nos gusta tu actitud L´Oreal, pequeña, en mitad de un entorno hostil? Cuando algo nos asusta, cuando nos sentimos vulnerables ante el medio o lo imprevisto, ante los hados, a los hados se les suplica. «Por favor, destino joputa, deja de joderme». Esa es la plegaria random, eterna, clásica, a la que el pequeño simio tembloroso añadía, estacionalmente: «Y a ver si te estiras y, al menos, haces que este invierno no suponga el comienzo de otra puñetera Edad de Hielo. Besis. Amén’.

Y, aunque muy desencaminada no andaba, la enjundia de las figuras mitológicas en torno al solsticio de invierno hace que mi imaginación y la de cualquiera de quede corta.  Y el concepto de sincretismo, también. Por ejemplo, cuando uno rasca un poquillo en la bonachona figura de Papá Noel, descubre que la tradición del hombre barbudo  que deja regalos en Nochebuena hunde sus raíces en la figura del Ded Moroz ruso (el padre invierno), el Señor del Bosque de la tradición europea y en la iconografía del mismo Odín, que recorría el cielo en su carro tirado por carneros. De hecho, el nombre de Joulupukki (el Papá Noel finlandés, el Papa Noel de pata negra) viene a significar, precisamente, la cabra de Yule (fiestas del solsticio de invierno). Esa remembranza de la cabra como símbolo estacional sigue muy presente, como cualquiera sabe gracias a Ikea, en la tradición escandinava, en forma de esas cabritas de paja que anuncian buena suerte.

Y el símbolo de la cabra no es baladí. Existe una figura solsticial, más oscura y tremenda, popular en Centroeuropa, que adquiere la iconografía propia de un demonio medieval: el krampus se encarga de llevarse en su saco a los niños que se han portado mal. Es el acompañante de San Nicolás -el Santa Claus primigenio, aún presente con su casulla y báculo de obispo en muchos países-, y su antagonista. En los Países Bajos, el krampus fue sustituido durante las guerras de religión por la figura de Pedro el Negro (muy políticamente correcto todo) que, efectivamente, seguía secuestrando a los niños malvados, arrastrándolos hasta España (todo sigue siendo muy políticamente correcto), el infierno papista de la época.

El krampus hará, yo se lo aseguro, que se reconcilien con las imágenes pastelosas de la Navidad:

 

 

Y, como contrapunto a lo terrible que acecha en los oscuro, estaban las figuras de luz del invierno en el folklore nórdico (al fin y al cabo, se celebra al sol naciente). Unas figuras que tenían, además, carcasa femenina. La diosa Berchta lucía una corona de fuego. Hertha, patrona del hogar y del fuego doméstico, entraba en las casas a través del humo y proporcionaba visiones proféticas. Holde y Hertha surcaban los cielos con su comitiva. No siempre eran simpáticas: la costumbre aconsejaba dejar un poco de comida para Berchta y, si no se cumplía la tradición, la diosa abriría los estómagos de los habitantes de la casa para zamparse su contenido. Muchas de sus atribuciones las han recuperado figuras actuales: el mismo Papá Noel, que baja por las chimeneas; la corona de velas de la nívea Santa Lucía escandinava o el dejar unas galletitas como gesto amable -sin saber que, si no es así, el imprevisible espíritu de las Navidades Pasadas, Presentes y Futuras,  nos abrirá en canal-.

Está claro, en fin, que en algún rincón de su cerebro de simio asustado, el hombre intuye que algo baja de los cielos, de las montañas, de lo alto (out of the blue) justo en el momento en el que la rueda gira, en el que el sol y el tiempo saltan, en el que cruzamos el umbral. Olfateamos el aire nuevo y nos preguntamos  qué traerá el año a estrenar, la nueva rueda. Con qué nos regalarán los próximos meses, qué nos arrebatará a cambio. Cómo saldremos de la cuenta.

Y dejamos unas galletitas en un plato esperando distraer a la bestia. A la hambrienta Berchta, al viejo Krampus.

Dispónganse a llorar

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Hay un sadismo refinado en eso de: «Este año, además de hacer que se gasten la pasta, vamos a hacer que se saquen la cartera enjugándose los mocos de pura emoción y diciendo: ‘Gracias, peña, gracias por hacerme comprar como si no hubiera un mañana. ¡Os lo merecéis! ¡Tomad mi dinero!».

Aquí os los dejo, pues. El pódium de los emotivos anuncios de Navidad de este año. Escojan y lloren.

Sainsburý´s (dándolo todo):

John Lewis, a la línea de flotación:

Y por último, nuestro anuncio de la Lotería:

Ea. A gastar gustosos.

La mejor campaña comercial de la historia

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thetwofairies

Una de las señales sobre el pavimiento de Londres

No era muy difícil saber -siendo las fechas que son, vos quien sois- qué podía haber detrás de ello. Bajo el muy moñil pseudónimo de @thetwofairies, aparecía en Twitter una cuenta inglesa que se dedicaba a agasajar a la gente de mil maneras (regalos, encuentros, fiestas sorpresa, bonos de spa…) No era muy difícil, como digo, averiguar qué había detrás: unos grandes almacenes estaban echando el resto (Amazon, Ebay, Avoca, Liberty´s…) o un reciente ganador de la Lotería acababa de perder la cabeza.
Todo ello (los ripios, el juego anónimo, los guiñitos por Londres…) harían de la idea una campaña original, molona, inolvidable, incluso. Pero lo que la convierte en la mejor campaña de la historia es haber incluido en su desarrollo cosas como esta: regalar nieve a los niños de una escuela de Cornualles. Miren el vídeo justo antes de que la feliz tropa llegara y digan si parece o no mágico.

Y aquí, con la tropa:

El responsble de todo esto no era otro que M&S. Bless him. Si semejante campaña le supone cacahuetes comparado con la inversión, la caja navideña que hagan tiene que ser un delirio. Sí, de acuerdo, aquí nadie da nada por nada. Pero ya saben: si es lo que toca, por lo menos un besito. Un mimo. Un ‘yo también te quiero, cari’. Un poco de gasolina. Y si es así, lo que quieras, M&S. Pide por esa boca, moreno mío.

Navidad, infamias y moñadas

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¿Qué somos?

¡Reinas putas del infierno!

¿Y qué tenemos?

¡Un sentido arácnido que nos hace detectar las infamias de los demás!

¿Y cuándo lo hacemos?

¡Cuando los buscadores pueden hacer más daño!

Por si alguien no lo sabía, la Navidad resulta ser mi época del año favorita. Todo se llena de lucecitas oligofrénicas y moñadas de dudoso gusto: ambas cosas me encantan.  Y todos nos empeñamos en rituales en los que damos rienda suelta a mezquindades, obsesiones insanas y demás miserias: cuestión que me chifla.

Me fascinan muchas cosas de las fiestas navideñas, sobre todo, las delirantes. Los conejos mutantes de los belenes, tan grandes como las puertas de una casa. El afán por la escatología de los catalanes (caganers, cagatiós). Las letras crípticas  de los villancicos  -¿Holanda ya se ve?- . Las inercias de apego familiar, no siempre afortunadas. Este último punto, por supuesto, de especial enjundia: siendo la familia el principal núcleo de violencia – cualquier antropólogo puede confirmarlo- es fascinante que nos empeñemos, año tras año, en juntar similar carga genética y afilados cuchillos de jamón, como en ritual propiciatorio al sol invicto. Y luego querrán que no haya desgracias.

En medio de toda esa orgía, en la que una se sumerge como cualquiera, siempre encuentro tiempo para echarme un Love Actually. ¿Por qué? Porque es soft-porno sentimental sin medias tintas: que el Spirit encuentre una marciana y se enamore es más viable que algunas de las historias que nos presentan en la peli, envueltas con gran sonrisa, gran lazo rojo y total impudicia. ¡Puestos a jugar a imposibles, hagámoslo a lo grande!

Y hay que reconocer que tiene ocurrencias radiantes como:

1. Primer ministro en perfecta hairbrush performance:

2. Ejemplo de cómo ha de declararse uno (a lo Bob Dylan):

3. Todos tuvimos claro a quién nos gustaría tener en la mesa de Navidad:

4. Sabemos qué es ser original haciendo que se encuentren dos personas (min. 6.25):

5. Conocemos cuál es el momento más cercano a la ciencia-ficción que ha vivido la civilización occidental: ese muchacho llegando a Milwaukee (¿?)  y ligando con varias tipas que ni le roban, ni lo extorsionan, ni lo descuartizan.

6. Y, también, gracias a Love Actually, sabemos qué ocurre cuando Robert Palmer meets Billy Mack:

Y, en fin, no todo va a ser felicidad y campanillas. Vamos a la vida real. Es decir: vamos a la infamia -Google es realmente la gran Babilón-. ¿Qué se le ocurrió hacer a Martine McCutheon, la pizpireta muchacha que interpreta a la pretendienta de Hugh Grant cuando vio que como actriz-cantante no tenía suficiente? Escribir un libro. Sí, evidentemente, existen serias dudas de que no lo escribiera  alguna adolescente hiperhormonada en una isla perdida de la costa noreste de Estados Unidos –no lo sugiero yo, lo dicen en The Guardian, con mucha más mala hostia-. ¿Cómo se llama el libro? La amante. ¿Quién es la protagonista? Una chica llamada Mandy, poseedora de  un “cabello negro como el ébano que formaba brillantes ondas sobre sus hombros; de piel impoluta y radiante; con largas pestañas que enmarcaban a la perfección sus ojos marrones. Su labio inferior era algo más grande que el de arriba; cuando sonreía, la habitación entera se iluminaba” –“¿Les recuerda a alguien?”, subrayan en The Guardian, que deben estar bastantes hartos de tonterías-.

Bien. Al parecer, la pobre Martine no sólo tuvo que apechugar con semejante criatura, propia o ajena, en el mercado. Los comentarios que recibió la novela en Amazon fueron letales -«No malgaste el dinero”, “Un desastre”, “Es triste pensar que este libro ha destruido árboles”-. ¿Todas las críticas? ¡No, todas no!  Hubo un crítico que la alabó más allá de la prudencia y le otorgó cinco estrellas. No tardó en descubrirse que el tipo que loaba el libro de Martine, y el de otros de la misma editorial, era uno de los responsables de la casa. Tongazo. Comparándolo con lo que estamos acostumbrados, tongazo no tan importante – ¡sorpresa! hay quien opina interesadamente en un sistema de críticas abierto- pero sí lo suficiente como para hundir en el lodo a todos a los que afectaba.

Así que, en efecto, lo que le faltaba a la pobre Martine.

Y, sobre todo, lo que le faltaba a su (aún más pobre) representante.

Bien. De las cosas de las que se acaba enterando una, incluso con la mejor de las intenciones.

Tras este pedacito de ruindad, siempre necesario en mitad de la felicidad plena, les deseo que estos días les traigan, al menos, un pedazo de esto.

Y, sobre todo, de esto:

Moñadas navideñas

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Vale, me he subscrito a una revista. A esta revista. Como pueden imaginar -y temer- su principal encanto es que reúne, en inquietante mezcla, toda una vasta colección de moñerías y delirios anglófilos. Desde la receta para hacer el mejor Eton Mess -con permiso de Nigella- hasta el inaudito bus-tea room que se dedica a recorrer la campiña de Cambridge o la imbatible moña que trisca con sus ovejas envuelta en capas de tweed como si fuera la prima de Robert the Bruce -estoy citando literalmente, por si alguien lo dudaba-.

En el número de Navidad de este año, los editores han echado el resto buscando personajes típicos. No puedo evitar violar todas las leyes del copyright posibles, imagino, y endosar aquí las fotos y un extracto de los textos. Para que ustedes me entiendan, y adoren, como yo, esa Hobbiton de papel couché, pero Hobitton al fin y al cabo, en la que me gusta revolcarme cual cerda desenfrenada.

CHRISTMAS CHARACTER I. Cuerda desatada navideña

Pero, ¿cómo una cosa tan bruta puede hacer una estampa tan mona? Les cuento: la sonriente moña de la imagen se llama Anna Usborne. Los fines de semana, ella y sus burritos -Chester y Teddy- recogen los encargos de las tiendas y los van llevando de casa en casa. En Navidad, por supuesto, incluyen algún juguete de motivo asnal -y a los burros les endosan un gorro de Papá Noel, o de Father Christmas, que es lo propio-. Al parecer, esta manera de encargar y llevar las groceries pervivió en algunos pueblos de Inglaterra hasta la II Guerra Mundial; Anna decidió continuarla hace unos años.

Más información  chalforddonkeyproject.blogspot.com

CHRISTMAS CHARACTER II. Cuerdo desatado navideño.

Vale. De tanto tiempo -treinta años- dedicado a encaramarse a los árboles investigando la matas de muérdago, a Jonathan Briggs se le ha puesto cara de duende. Ecologista convencido, se dedica -junto a su mujer- a recolectar la planta -un parásito con especial querencia por los manzanos- y a venderla a distintos clientes. No sólo envía matas de muérdago por correo, sino que ha instaurado -por supuesto- el Día Nacional del Muérdago (3 de diciembre) e incluso elabora un kit para todos aquellos que deseen cultivarlo, con 50 bayas e instrucciones.

Más buy.mistletoe.org.uk

Cashmere Mafia

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Se acerca esa época del año otra vez, así que en su web de recetas le han endosado una escoba y un sombrero de bruja. «No se por qué insisten en vestirme de bruja -reflexiona, como casualmente-. Si el disfraz no se diferencia tanto de lo que tengo en el  armario. Jejejeje. Lo mismo debería meditar sobre ello».

La que habla es, por supuesto, Nigella Lawson. Aka La Reina Blanca. Aka la Diosa Doméstica. Aka la Reina de la Porno Comida. Aka la inspiradora de Tim Burton: «Simplemente, la ves cocinando y te das cuenta de que… está loca», afirmaba sin empacho tan ortodoxo prohombre, explicando por qué semejante mujer le había servido de inspiración para la Reina Blanca de su versión de Alicia.

Y es cierto. Observada todo lo cerca que permite verla de lejos, bien encerrada en la pantalla de la tele o en el disco duro del ordenador, Nigella Lawson da cierto miedito. Es morena, guapa, tiene enormes tetas, un pedazo de la fortuna de Saatchi (sí, el de Saatchi&Saatchi) y un emporio basado en sus recetas de cocina.

Verla ejercer ante las cámaras  es todo un delirio. Nigella hunde sus uñas de manicura francesa en la masa para brioche. Rubrica sus recetas con los labios pringados de nata o un gruñidito (‘Uh, perfect!’) mientras pone los ojos en blanco. Se enfunda su ¿130? de pechera en estrechos jerseys de cachemira que evocan, inconfundiblemente, a la accidentada Mónica de Friends tras su paso por el restaurante temático. Es, repito, inasumible. Busquen los vídeos.

Nigella  dio su saltó a la fama  hará unos doce años. Anteriormente, había trabajado como periodista en distintos medios británicos -entre ellos, Talk Radio (cito de la wiki), de donde la despidieron por admitir en público que habían hecho las compras de casa por ella, lo que chocaba con el «toque cercano» que pretendía transmitir la cadena. Entre colaboración y colaboración, Nigella escribió un par de recetarios que tuvieron gran éxito y no tardó en dar el salto a televisión, con unos programas que se grababan desde la  cocina de su casa. Durante el rodaje de Nigella Bites, su  marido, John Diamond, enfermó de cáncer. El hecho de que los programas se grabaran en la cocina de su casa y que el hombre apareciera por ahí de vez en cuando,  le dio el toque de morbo necesario.

Dos semanas después del fallecimiento de Diamond, Nigella estaba de vuelta en su cocina -los ingleses no deben conocer la expresión «el muerto al hoyo y el vivo al bollo» porque, si no, tenían tema de sobra para hacer sangre-.

Para abono de malpensados y azote de corazones cándidos, nueve meses después de la desgracia, la sin par Nigella -que afirma no creer «mucho en los duelos»-  estaba ya más que repuesta y removiendo el caldero, digo cazuela, en la cocina de Charles Saatchi.

Huelga decir que Nigella vive, evidentemente, en una galaxia muy, muy lejana a la nuestra. Hace declaraciones que suenan a ciencia-ficción: «Con mis consejos, nunca te despertarás de madrugada agobiada por los preparativos de una cena», afirma, convencida de estar dando solución a nuestros dilemas más profundos. Cuando retorna al hogar tras algún encuentro glamouroso, en vez de abrir la nevera para pegarle bocados al  fuet, ella se hace un pudín de caramelo de 45.000 calorías.

Y se lo zampa, por supuesto. Todo se lo zampa.

(Envuelta por la polémica a la vez que por su marta cibelina, Nigella no dudó en declarar que le encantaba llevar pieles y que lo que realmente le gustaría sería poder matar un oso y ponerse luego su abrigo. Yo no dudo de que lo haría. En lo más mínimo. Y estoy segura de que,  además, se zampaba luego al plantígrado).

Mientras que el común de los mortales recuerda a sus pobres madres pintándose en el ascensor cuando iban de visita a casa de una tía abuela que olía a alcanfor, Nigella rememora a su progenitora acudiendo a fiestas de Navidad  ataviada con «sus botas de ante blancas, mini vestidos de angora y pestañas postizas -incluso postizos de pelo- y los labios pintados en algún color claro y brillante, con nombres como Moist Madder Pink. Si me concentrara, creo aún podría  oler el perfume de sus polvos mezclados con el aroma de L´Heure Bleue de Guerlain’.

Lo dicho: vive una galaxia pero en la otra punta de este universo que explosiona.

Como habrán visto con la anécdota del oso, Nigella es grande. Realmente grande: única en el difícil arte de hacer de su debilidad, virtud. Si las malhadadas lenguas no tardaron en bautizarla como ‘la reina del food-porn’ ella no tardó en reiventarse como una ‘diosa doméstica’ -de hecho, es así como se refiere a sí misma y a sus acólitas-. Y si a las diosas les fallan las charming arts, y no hay chutney de mango, ponche invernal o ensalada de menta que remedie el mal rollo familiar, Nigella no duda en dar consejos de un pragmatismo dramático. ¿Quiere tener las Navidades en paz, con nuestros más queridos allegados quietecitos y sin quejarse en sus respectivas sillas?  Muy sencillo: ponga a un pobre a su mesa. O a un extraño. Con un invitado en el salón, la panda de vikingos que constituye todo núcleo familiar  se lo pensará dos veces antes de comportarse de manera insufrible –oh, it´s unbearable!-.

Sí, los tiene bien plantados. Hay que ser valiente para tener las agallas de lucir estos guantes preparando un pavo para Navidad.

(Minuto 2.26.)

Si las tierras del guiri en uno y otro lado del charco fueran reinos rivales, está claro que Nigella sería la Reina Blanca y Martha Stewart ejercería de Reina de Corazones. Martha es exagerada y delirante. Donde la inglesa aporta lascivia, Martha enchufa risas enlatadas. Y también es una crack. Las agallas que hay que tener para enfrentarse a un relleno de pavo en directo sólo las supera la desvergüenza de estar dispuesto a vestirse de mamarracho Halloween tras Halloween, con alegría y alborozo -por Dios, ¡que la pobre señora tiene setenta años! ¿Es que los productores no tienen corazón?-.

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Desatada cual Reina de Corazones, la Stewart resulta de una omnipotencia sobrecogedora: a su llamada acuden tanto Rufus Wainwright como Michelle Obama . Y quien crea que su delirio e histrionismo no tienen el  peso suficiente como para hacerle ostentar la corona de la Reina de Corazones, que le eche un vistazo a este vídeo -además de leer nuestros anteriores informes, aquí y aquí-.

O este otro.

¿Qué, inspiradoras, eh?

No sé con cuál de las dos quedarme: ambas hacen magníficos disfraces.